Oaxaqueño hasta las cuerdas vocales, Jeser Gatica vivió momentos felices en La Unión perteneciente a Santiago Nacaltepec del distrito de Cuicatlán, un municipio pobre “puerta de la región Cañada”, ubicado a 70 kilómetros de la capital oaxaqueña y sonríe entrañablemente cuando a su mente vienen los recuerdos de sus aventuras con primos y amigos nadando el río Vueltas, cuando trepaba a los árboles para cortar mango, cuando jugaban con los animales, cuando sólo podía dedicar sus horas a contemplar la inmensidad y vagar por el campo.
Al menos tres veces al año, el tenor de 27 años visita la tierra de sus padres, Odila y Elioenaí, esa que dejó cuando tenía 9 años; fue dos años antes cuando descubrió que su pasión por la vida era cantar.
En su adolescencia perfiló su vocación al estudiar bachillerato en Artes y a los 17 años, aunque su familia no aprobaba su decisión, peleó para dejar la escuela y viajar a la Ciudad de México, hipnotizado por la fuerza de la Opera Fausto que escuchó por primera vez gracias a una compañera de la escuela.
Era un menor de edad sin dinero en la gran urbe, su mamá quiso cobijarlo, pero Jeser tenía puesta la mira en sus sueños, comenzó sus clases de canto y por su talento fue elegido de entre los 10 alumnos que la escuela de música Ollin Yoliztli acepta anualmente para guiar su vocación nata y ahí estudió tres años.
Su condición económica lo obligó a combinar su amor al canto y sus estudios limpiando casas, como empleado de mostrador y cuidando ancianos.
Dejó la escuela cuando comenzaron a ponerle trabas para poder desarrollar su talento a la par de la academia. Tuvo que rechazar un contrato para cantar opera en la Ciudad de Puebla, debido a las exigencias de sus profesores que le impidieron concretar su presencia en ese escenario.
En 2013, aún sin el apoyo de sus padres, se aventuró a tocar puertas y Oaxaca recibió a su hijo de vuelta en uno de los escenarios más importantes, el Teatro Macedonio Alcalá.
Esa presentación fue emotiva, porque le permitió enseñar su talento en su tierra y fue su prueba de fuego para demostrarle a sus padres que sí se podía alcanzar la meta, que “la oveja negra de la familia”, pondría en alto el nombre de Oaxaca y el de su familia en el mundo.
A partir de ese momento la suerte fluyó como el agua y fueron sucediendo una serie de eventos afortunados que lo ha llevado a diversos escenarios importantes del país y a nivel internacional.
Boston, Estados Unidos y Japón son las próximas paradas.
A 10 años de iniciar el viaje de su vida, Jeser habla a las nuevas generaciones de la importancia de soñar, de ser perseverante, de trabajar incansablemente con la mente puesta en que grandes cosas sucederán: “yo les digo a mis paisanos no dejen de soñar, no importa de qué se trate, nunca pierdan el foco y cuando menos lo esperan los resultados llegan”.
También agradece ser de Oaxaca, “sin duda ser oaxaqueño me ha abierto puertas, me ha dado un lugar”.